Para la
recepción de la imagen hay en la retina unas células
especializadas, llamadas conos y bastones, que son sensibles a
los rayos luminosos. Los conos, en un número del orden de siete
millones tienen una alta resolución, se activan en buenas
condiciones de iluminación o luz "diurna", y son sensibles a detalles finos de contraste,
al color (mediante visión tricromática R, G, B) y a la forma. La
mayor parte de ellos se encuentra en una depresión cerca
del polo posterior del globo ocular, llamada fóvea. Por su parte, los bastones, en número del orden de
120 millones, tienen baja resolución, se localizan en las partes más periféricas de la
retina, y se activan con iluminación escasa, cuando reciben luz tenue o "nocturna". Los
bastones no son capaces de distinguir el detalle fino o el
color. Por eso, con baja iluminación es difícil distinguir los colores o ver límites
precisos.
Al
recibir la luz, ambos
fotorreceptores (conos y
bastones) generan impulsos eléctricos. En la retina existen
otros dos grupos de células que se encargan de
transmitir esos impulsos nerviosos al
cerebro. Los axones de uno de estos grupos forman las fibras del
nervio óptico, que abandona la región posterior del globo ocular
un poco hacia el lado nasal del centro del mismo. Así pues, los
impulsos se propagan al cerebro a través del nervio óptico y es
ahí, en el cerebro, donde se realiza la construcción de la imagen y
se interpreta lo que vemos mediante un proceso bastante complejo. Como
veremos más adelante, nada tiene que ver este proceso con la simple
recepción de una supuesta imagen acabada. |
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