METAMERISMO Y SUBJETIVIDAD EN LA INTERPRETACIÓN DE LOS COLORES


 

Del proceso descrito en los dos apartados anteriores sobre la percepción de los colores, se deriva la evidencia de que, para nosotros, tales colores son una construcción mental, y, por tanto, dependen, no únicamente de las características de la radiación que reciben nuestros ojos, sino también de la sensibilidad de nuestros receptores (básicamente los conos) y del mecanismo que sigue el cerebro para sumar los estímulos generados en ellos.

 

 

Una primera consecuencia de esto es lo que se denomina metamerismo, que es el fenómeno psicofísico que hace que dos muestras de color coincidan bajo unas condiciones determinadas (fuente de luz, observador, geometría...) pero no bajo otras diferentes. Así, por ejemplo, dos colores pueden ser idénticos a nuestros ojos, aunque la fuente física que los emita sea muy diferente. Si dicha fuente, por ejemplo,  emite luz con una longitud de onda de 580nm,  nuestro cerebro le atribuirá "tener" color amarillo, pero, del mismo modo, si proyectamos sobre una pared blanca luces de color rojo y verde de la misma intensidad y de longitudes de onda  equidistantes de esos 580nm, nuestro cerebro también le atribuirá a la zona de la pared que devuelve ambas luces superpuestas "tener" ese mismo color amarillo. Lo mismo ocurre mezclando pinturas de diferentes colores, como, en este caso color rojo y verde (la pintura resultante será amarilla para nuestros ojos). 

 

En un pasaje anterior de este tema hemos hablado de  espectros de reflectividad de láminas iridiscentes que, aunque tienen su pico interferencia constructiva en determinada longitud de onda, nuestros ojos las ven de un color distinto. Esto puede ocurrir básicamente por dos motivos: a) Porque las radiaciones que dichas estructuras emiten y nuestros conos reciben no se limita a ese pico de interferencia constructiva; b) Porque los receptores humanos de luz (conos y bastones) tienen mayor sensibilidad para unas longitudes de onda que para otras, provocando que, en algunos casos, se distorsione la percepción que tenemos de algunos colores.

 

Un ejemplo prototípico en el que se combinan ambos motivos es el color azul azul que atribuimos al cielo, cuando miramos hacia arriba durante las horas diurnas. En ese tramo horario y si la atmósfera "esta limpia" (sólo está actuando el ozono y las moléculas usuales de la misma) dicha atmósfera es iluminada por el Sol y dispersa esa luz solar que incide sobre ella, siendo esa luz dispersada la que llega nuestros ojos cuando miramos al cielo. Por lo que se refiere a la zona visible del espectro, la luz solar es, como sabemos, luz blanca y hay que tener en cuenta que el proceso de dispersión de dicha luz obedece a la ley de Rayleigh, según la cual la potencia irradiada en la dispersión es proporcional a la inversa de la cuarta potencia de la longitud de onda de la luz incidente dispersada:

Por tanto, el pico de máxima intensidad de la luz solar que dispersa la atmósfera se encuentra (dentro de la zona visible del espectro) en el color violeta, tal como enseña la gráfica adjunta. Pero claro, no es este pico lo único que determina el color que ven nuestros ojos al mirar el cielo, porque a la luz violeta dispersada le acompaña luz del resto de longitudes de onda del espectro visible, si bien, con menor intensidad a medida que va aumentando la longitud de onda.

 

 

 

Todas estas radiaciones activan a los tres tipos de conos de nuestra retina y el color resultante que interpreta el cerebro como consecuencia de estos estímulos es justamente el azul cielo. Volvemos a recordar que cuando se considera al ojo globalmente,  tiene este su máxima sensibilidad precisamente en el color azul (cercano al violeta), tal como se muestra en la figura adjunta que revela que ambos receptores (conos y bastones) manifiestan la mayor sensibilidad en este rango de longitudes de onda. Conviene aclarar, no obstante, que si usáramos fotorreceptores que fueran igual de sensibles al azul que al violeta el cielo en principio tampoco se vería de color violeta, porque a la Tierra le llegan menos fotones azules que violetas del Sol. Por tanto, la mayor sensibilidad de nuestros receptores en el color azul, hace que vemos el cielo de un color más azulado de lo que realmente es o, dicho de otro modo, con una tonalidad azulada más alejada el violeta (más cyan y menos azul oscuro), que la nos mostrarían esos fotorreceptores.

Todo esto es así para un ojo humano cuyo funcionamiento se pueda considerar "normal" a estos efectos, es decir, cuyos receptores respondan a los estímulos luminosos correctamente. No siempre ocurre. Como se explica en el tema sobre  luz y visión, algunas personas padecen, en mayor o menos grado daltonismo, una anomalía que les impide distinguir algunos o todos los colores, porque algunos de sus conos o todos ellos no funcionan correctamente.


 

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